Me despierto en una cama que no es la mía (o sí). Hoy no es un día de trabajo, estamos en fin de semana, sábado nada más y nada menos. No tengo planes claros, solamente quiero descansar. Mi mayor preocupación hoy es pensar qué voy a comer o qué voy a ver en la tele (serie, película…). Miro la taza de café que está humeando mientras me siento en el taburete de la barra americana (o quizá un sofá, una butaca o una simple silla en una mesa), mis ánimos están bien porque hoy no pienso hacer nada.
Vuelvo a la habitación y me asomo para comprobar que todo está bien. Ella sigue durmiendo, a pierna suelta. Me alegro. De camino al salón miro un cuadro en la pared (o quizá un póster, o incluso una fotografía), me encanta cómo queda aquí. No he soltado el café y ahora necesito algo para la otra mano, tengo hambre. Me preparo una tostada (o quizá un bocadillo, o incluso alguna pasta) y voy (o vuelvo) al sofá. Enciendo el portátil (o la tablet, quizá el móvil) y me pongo a mirar las noticias. Hago tiempo, no creo que tarde.
Aparece detrás de mí, se detiene en el marco de la puerta, junto a la cocina, al tiempo que se despereza alargando los brazos. La miro y sonrío. Ahí estás. Nos miramos y me devuelves la sonrisa (yo no he dejado de hacerlo). Pensábamos que no iba a llegar, pero aquí estamos. Me viene un pensamiento: Te quiero.
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