jueves, 23 de abril de 2015

Narración de Sant Jordi: Conectado

Aquella sensación no le abandonaba. No dejaba de sentir que el agua le rodeaba, que poco a poco iba notando el frío subir por su cuerpo. No podía moverse y su respiración estaba acelerada. Cada bocanada de aire se veía cortada por más y más frío. Hasta que finalmente notó como le llegaba hasta el rostro y después de eso ya no pudo seguir respirando. El agua comenzó a entrarle por nariz y boca y todo era toser intentado volver a respirar. En un último intento por sobrevivir se agitó con fuerza y de pronto notó una punzada de dolor en el costado.

Seguidamente se encontró en el suelo, la tenue luz de las farolas se filtraba por una ventana desde la calle. Enseguida reconoció dónde estaba, en su habitación, junto a su cama. La pesadilla le había empujado a arrojarse, sin saberlo, contra el suelo, sobre sus zapatos, causantes del repentino dolor en el costado. Aturdido por lo sucedido, se giró en busca del reloj que tenía en la mesita de noche. Los números de color verde marcaban las tres y treinta y seis de la madrugada. Todavía no era demasiado tarde si quería volver a dormir, aunque en el fondo sabía perfectamente que aquello no iba a poder ser. Siempre que tenía aquel sueño le resultaba imposible volver a acostarse en la cama, quedarse inmóvil y mucho menos volver a dormir. Simplemente se incorporó, se frotó el costado dolorido y se puso las zapatillas. Sin siquiera encender la luz se fue hasta el escritorio y encendió el botón del monitor del ordenador. Nunca lo apagaba, nunca dejaba de estar conectado. La luz del monitor lo iluminó todo y en la parte inferior de la pantalla pudo ver como algo parpadeaba. Le había hablado.

-¿Estás despierto? -las palabras aparecieron, estáticas y solitarias, en la ventana que acaba de abrir. La hora a la que habían sido escritas no aparecía, pero sabía que tenía que ser en algún momento entre cuando se fue a dormir y cuando se había despertado. Sus dedos se movieron despacio escribiendo una respuesta.
-Hola, sí, he vuelto a tener esa pesadilla.
-¿Cómo te sientes?
-No sé por qué me ocurre, quizá tuve alguna experiencia traumática de pequeño o me pasó algo… pero no lo recuerdo.
-Quizá es que ves demasiadas películas de terror.
-¿En dónde la gente muere entre terrible sufrimiento?
-Sí, tú dirás lo que quieras pero no puede ser sano ni bueno para tu cabeza. Mucho menos antes de irte a dormir.
-El daño ya está hecho, por mucho que ahora deje de verlas, esas imágenes ya están en mi subconsciente. Seguiré teniendo estas pesadillas hasta que logre entender qué las provocan.
-Tengo que irme.
-¿Por qué? ¡No, espera!
No hubo respuesta. Pasaron unos minutos en los que no dejó de mirar la pantalla, esperando que apareciese una nueva línea de texto con la respuesta, pero no apareció. Era de madrugada y no volvería a recibir ninguna respuesta de aquella persona, no aquella noche. Habitualmente no conseguía más que unas cuantas respuestas, pero saber que seguía ahí le reconfortaba. Conciliar el sueño otra vez de manera natural no le iba a ser posible así que abrió el primer cajón de la mesita de noche y se tomó una pastilla. A los pocos minutos todo comenzó a nublarse y se quedó dormido.

Fue como cerrar y abrir los ojos, para él apenas pasaron unos instantes, ese era el poder de la droga que había tomado para dormir. El despertador sonó con un irritante sonido metálico que se le metió en la cabeza. Cada mañana se le llevaban los demonios con aquello, cada mañana se decía que nunca más lo utilizaría, pero ahí estaba, despertándose una vez más de aquella manera. Es curioso como hay cosas que nos molestan sobremanera y sin embargo nos empeñamos en sufrirlas día tras día. Quizá de manera inconsciente se castigaba por algo que había hecho, era como si algo en su cabeza se hubiera propuesto no dejarle volver a ser feliz, al contrario, seguramente se esforzaría por hacer su vida más miserable. No sabía qué iba a hacer aquella mañana, quizá debería quedarse en casa, esperar a que volviera a conectarse para poder hablar con ella, calmarla, darle alguna explicación para poder encaminar la conversación hacia saber por qué estaba enfadada, ofrecerle una disculpa y hacer las paces. No sabía cuántos días habían pasado, lo único que recordaba era aquel sueño y su casa. Dormir, comer, conectarse.

Pasaron las horas, la percepción del tiempo es distinta cuando se es un adicto y él lo era. Justo se encontraba en la cocina, inspeccionando su despensa en busca de algo comestible para llenar el estómago, cuando aquel suave tintineo se escuchó proveniente de la habitación. Dejó lo que estaba haciendo de manera automática, disparado como un resorte por aquella señal. Corrió a la habitación y se sentó frente al monitor. Acababa de conectarse.

-Qué bien que hayas vuelto -escribió-. ¿Qué ha pasado, por qué has tardado tanto en volver?
Pasaron unos minutos sin ninguna respuesta, comenzó a impacientarse. Una línea de texto apareció justo debajo de la suya.
-Cada vez me cuesta más venir aquí para escribirte. Estoy cansada, ¿qué sentido tiene todo esto?
-Necesito que hablemos, que puedas escucharme. Quiero explicarte por qué las cosas fueron como fueron. Mereces una disculpa.
No hubo respuesta. Pasaron los minutos. ¿Había vuelto a irse? Se frotó las sienes intentando comprender por qué estaba pasando aquello, en qué momento se había ido todo a la mierda.
-Dime algo, contéstame.
-No voy a volver, hazte a la idea -leyó aquella línea repetidamente, pero el significado no iba a cambiar.
-¿Por qué? No te vayas, escúchame, tengo que decirte algo.
-No tienes que decirme nada, no puedes decirme nada.
-No te enfades, sé que lo que hice estuvo mal, pero tienes que entenderme -realmente no recordaba qué había hecho, pero estaba claro que en algo se había equivocado.
-Vuelve a tus pesadillas, son lo que te mereces.
-No digas eso.
-Vuelve a tus pesadillas, son lo que te mereces.
-Basta, para ya.
-Vuelve a tus pesadillas, son lo que te mereces.
La misma frase volvió a escribirse repetidamente y no paraba de aparecer. Se echó hacia atrás y se alejó del ordenador.
-No es ella -dijo en voz alta-, alguien le ha cogido el ordenador, ella no me hablaría así, me quiere.

Se giró en derredor, alterado, haciendo aspavientos y maldiciendo sin sentido en todas direcciones. En su movimiento arrollador le dio un manotazo al espejo que había sobre el tocador y este se precipitó al suelo, partiéndose en varios pedazos. En cuanto sintió el golpe se detuvo en seco. Aquel sonido hizo que se le parara el corazón por unos instantes. Comenzó a sentir miedo, aunque no sabía por qué, una gran inquietud empezó a apoderarse de él. Se inclinó hacia el espejo roto y alargó el brazo para recoger los pedazos. Cogió el trozo más grande de los que habían quedado y se miró en él. Aquella cara... no recordaba cuándo fue la última vez que la vio, pero no era su cara. Una gran cicatriz la recorría de parte a parte, desde la frente hasta la barbilla. Soltó un grito de horror y dejó caer el pedazo de espejo. Los recuerdos comenzaron a volverle, manaban y se apelotonaban en su cabeza como una presa que cede y revienta. Recordó el coche, la recordó a ella, recordó la discusión, el volantazo, el puente y el agua. El agua… recordó la sensación de estarse ahogando y se llevó la mano a la garganta. Las lágrimas comenzaron a brotarle en los ojos. Se había ido, no iba a volver.

Cuando fue consciente de lo que había hecho, de cómo había estado repitiendo imaginariamente aquellas conversaciones, no vio otra salida. Se acercó hasta la cama y cogió la medicación que le habían dado para dormir. Dormir… era lo que necesitaba y esta vez aquel terrible despertador no sería capaz de perturbar su sueño de nuevo.

FIN

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